Esperaban ríos espontáneos o charlas más o menos fluidas, como si fuera posible que del rito periódico surja la respuesta nueva, la que vacíe la necesidad que aumentaba cada vez que coincidían. Una pregunta que se despertaba poco antes de quedarse dormidos y, entonces, hacían fuerza para mirarla de frente (estudiarla, definirse a partir de ese juicio): apretaban los dientes hasta que les dolía la cabeza. Eso y levantarse para lavarse un poco la cara reconstruía el día a patadas. Y es que sólo a patadas se funciona si se sigue un esquema mientras la incógnita rebalsa desde otro lugar. Desde la almohada, los labios, el pelo, el cuarto, las pelusas abajo de la cama.
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