Estoy convencida de que
tengo una vena desierta que
sólo se activa cuando la pulsión
'autodestructiva' la embiste.
Se le abren grietas.
Aparecen estrías, como si creciera.
De pronto es el crecimiento más
siniestro, casi a la fuerza, casi aceptando
al torrente poronga del barrio.

Cuando se me empapa la vena
no me importa si
hundo el pie en un charco
si fumo tres de veinte al hilo
si aumentaron
si de golpe estalla mi cráneo contra una pared
si se me vuelve fantochesca la mueca
abajo de una garúa pedorra
entre colectivo y colectivo
entre destino y destino.
Soy la mejor caricatura de mí misma
con una migraña que no para de torearme.

Repito, me empapa. La autodestrucción y la lluvia,
soy perversa,
soy el saco de boxeo de Avenida de Mayo,
vengan a apostar.

Un rato y sale el sol. Sigue lloviendo pero es como si saliera.
Soy de hule, soy orgánica, me desarmo dósil
en un vaivén de extremos del ánimo.
Caigo de a pedazos y me rearmo o me rearman,
porque no hay tiempo para las escenas,
porque hay un escenario y tengo que salir
cuando el chofer me pregunta
'de cuánto me dijiste?'

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