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Perdí un gran poema.
Tenía la lava del verso rebalsándose en la boca y no lo escribí.
No lo hice porque estaba en el colectivo,
en la hilera de asientos del fondo
donde se teje una especie de red tácita
con olor a gel
y a sudor
y a fábrica
catálogo cosmético
tinta
monedas.
Sin embargo me invadió la paranoia cuando decidí
no escribir el verso:
no quería que el hombre de al lado lo leyera.


Perdí un gran poema
y toda la confianza de los pasajeros
de
la
hilera del fondo.

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