Somos una fuga de la sangre arsénica que dibuja los ríos, que son las
veredas caminadas, de todos los barrios vampiros. De nuestros barrios que sólo
se despiertan de noche.
teame/mo pero me vaciaste. Me viciaste, organizaste bailes forzados y…yo
no bailo. Yo miro, distraigo a los que bailan.
Te juro sin cruzar los dedos que traté de asfaltar tus rutas
encefálicas, para ahorrarte el bache en tu circuito mental que te conduce a ese
estrellarte recurrente. Intenté cauterizar los pozos donde la brea erupcionaba
enojada; pero mis métodos de peón cariño no alcanzan y me salpiqué con brea,
con cal viva y muerta. Me comieron la piel, me bebieron la sangre.
Se que existe un antídoto: el anagrama de tu nombre escrito con huesos
rotos. Son los huesos quebrados del cuerpo, apenas tibio, de las mañanas en
colchones separados y sin besos, sin desayuno apurado.
Yo quería que te quisieras; que consideraras el canibalismo frente a tu
reflejo en un espejo. Yo quería ser ese espejo, reciclar tu enojo y
devolvértelo quieto, puro, como signo de algo vivo y no de brea seca. Todo eso
porque teame/mo y me pusiste una corona de astillas de huesos rotos. La sangre
me cae a chorros y te veo, a través de la catarata, como en hileras verticales,
entrecortado, hasta distante.
Puedo entender que yo también fui brea; te broté de adentro, fui tu
truco más lindo, tu signo más vivo, y me enfrié contra el piso del barrio
vampiro que sólo se despierta de noche.
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