rayuela 34

No había manera de hacerte comprender que así no llegarías nunca a nada, que había cosas que eran demasiado tarde y otras que eran demasiado pronto, y estabas siempre tan al borde de la desesperación en el centro mismo de la alegría y del desenfado, había tanta niebla en tu corazón desconcertado. Impulsando a los que se estacionan en las mesas, no, conmigo no podías contar para eso, tu mesa era tu mesa y yo no te ponía ni te quitaba de ahí, te miraba simplemente leer tus novelas y examinar las tapas y las ilustraciones de tus plaquetas, y vos esperabas que yo me sentara a tu lado y te explicara, te alentara, hiciera lo que toda mujer espera que un hombre haga con ella, le arrolle despacito un piolín en la cintura y zás la mande zumbando y dando vueltas, le de el impulso que la arranque a su tendencia a tejer pulóvers o a hablar, hablar, interminablemente hablar de las muchas materias de la nada. Mirá si soy monstruoso, qué tengo yo para jactarme, ni a vos te tengo ya porque estaba bien decidido que tenía que perderte (ni siquiera perderte, antes hubiera tenido que ganarte).

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