Sé que me acordaré de un cielo raso donde las manchas de humedad eran un gato, un número, una mano cortada. Sé que me acordaré del ruido de un water en alguna habitación lejana del hotel, su triste catarata de bolsillo, su inevitable recurrencia. Chacun ses madeleines, chacun ses Albertines. Serás por siempre imán de imágenes, las más turbias y vanas me traerás con el gesto que en la caliente oscuridad del cuarto era encender los cigarrillos del hartazgo, ver asomar nuestros desnudos cuerpos flanco a flanco, las más pequeñas turbias cosas, una uña lastimada que te dolía tanto, el triste rito de ir a lavarte y regresar, las servidumbres. Tan sólo compartimos los bares y las calles antes de amarnos contra tres espejos: ¿qué más podría darme tu recuerdo? Pero yo sé guardar y usar lo triste y lo barato en el mismo bolsillo donde llevo esa vida que ilustrará las biografías. Ve, pequeño fantasma, el baño está ahí al lado, yo fumaré esperándote, empezaremos otra vez. El cielo raso dibuja un gato, un número, una mano cortada.
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